lunes, 27 de julio de 2009

El otro Maracanazo

En este post, podreis leer un fragmento del libro titulado "De la Naranja Mecanica a la Mano de Dios", escrito por Julio Maldonado, y que nos narra, uno de los mejores momentos de la historia del futbol, "El Maracanazo". Espero que os guste.


Más de 200.000 espectadores abarrotaron Maracaná, que prestó su diseño de circo romano aguardando que los uruguayos se derrumbaran al olor de las camisetas brasileñas como los cristianos lo hacián con el de las fieras.

A los brasileños ya les valía el empate y cuando Friaça hizo el gol, Maracaná adelantó el carnaval a julio. En ese momento surgió el mito más grande de la historia del juego en lo referente al manejo de un partido desde la psicología: Obdulio Varela. Antes de la final ya había dado muestras en el hotel Paysandú, cuando el embajador uruguayo les dijo que si no encajaban más de cuatro goles habían cumplido, que no había que manchar el espectáculo haciendo faltas. Cuando el embajador se fue, Varela, en su condición de capitán, reunió a los jugadores y habló: "Ahora vamos a jugar como hombres. Afuera están los dirigentes y el público pero en el campo ellos son once y nosotros también".

Volviendo al gol de Friaça y a lo que aconteció despues, cuando cogió la pelota, se la puso bajo el brazo y se fue a protestar al juez de línea diciéndole que tenía la bandera levantada antes del gol, el propio Obdulio Varela lo contaba en una de las pocas entrevistas que concedió tras el Maracanazo: Lo ví todo y el línea tenía la bandera levantada. Protesté. A esa altura, el entusiasmo de los brasileños se habia vuelto odio contra mí y estaba impidiendo la continuación de su fiesta. Ese odio afectó a los jugadores brasileños. Cuando el juego se reanudó estaban ciegos, ya no pensaban con serenidad.

Minguez, que fue a quitarle la pelota del brazo para sacar de centro, también cuenta: Se quedó un minuto discutiendo con todo el mundo, con el línea, con el árbitro, con los brasileños y con nosotros mismos. Él no soltaba la pelota de debajo de su brazo y me gritó: "O ganamos aquí o ellos nos matan. Es una orden." La actitud de Obdulio cambió el ritmo del partido, sentencia Ghiggia.

El empate de Schiaffino aún no hizo estallar el drama, que llegó con el gol de Alcides Ghiggia. Con el tiempo, llegó a confesar el autor: "Apénas tres personas, con un único gesto, acallarón Maracaná con 200.000 personas: Frank Sinatra, el papa Juan Pablo II y yo". Con el pitido final, el drama fue tremendo: lágrimas, desolación, muertos por paros cardíacos. Muchas agencias de noticias pidieron a sus corresponsales que confirmaran que el resultado que habían mandado era correcto. Jules Rimet, que abandonó el palco cuando los brasileños aún eran campeones, tuvo dificultades para entregar la copa a los entusiasmados uruguayos. La desolación en la grada era desgarradora, pero el comportamiento de la hichada brasileña para con los campeones fue ejemplar. Así lo describió el periodista Willi Meisl: "Todos sentimos la mala suerte de Brasil al no ganar el campeonato que tanto mereció. Pero en la derrota, los brasileños elevaron su altura como pueblo hasta donde no hubieran alcanzado de haber salido victoriosos. Acaba de encontrar uno de esos raros momentos en la vida, cuando un pueblo encuentra su alma, cuando una nación se supera a sí misma. Brasil fue mejor en la derrota de lo que lo hubiera sido en la victoria".

La derrota de Brasil generó una literatura interminable. Algunos jugadores brasileños no pudieron salir de su casa durante varios días. Bauer tomó un tren para Sao Paulo, donde se había preparado una tremenda fiesta en su honor. Cuando llegó a la estación de tren sólo estaba su novia. Friaça, camino de casa, se cruzó con unos aficionados que le increparon: "Desde el primer momento supe que aquellos insultos me perseguirían toda la vida". Más lacónico fue Barbosa, el guardameta que encajó los dos goles más dolorosos de la historia: "En Brasil, la máxima pena para cualquier delito es de 30 años. Yo llevo 43 pagando por un delito que no cometí", dijo en 1993 cuando le prohibieron el paso a una concentración de Brasil por gafe. Pagó su pena trabajando, hasta su muerte, como cuidador del césped de Maracaná.

"Los dirigentes se fueron a un hotel y querían tenernos encerrados. ¡Por favor! Con Matucho (Figoli, el masajista) nos quedamos dueños de todo y empezamos a tomar vino. Y otra botella, y otra botella. Después salimos a caminar y fuimos a la cervecería de un amigo. En eso que llegaron unos aficionados brasileños con banderines y empezaron a hablar con el dueño del bar. Le decían "¡Qué jugador, ese Varela!", y él les dijo: "Ese que tienen ahí, en la barra, es Obdulio Varela". Se pusieron a llorar los bahianos". Me invitaron a salir con ellos a tomar Whisky, le dije a Matucho: "Me voy con ellos para que no digan que tengo miedo, pero lo mismo me tiran al río". Llegué a las siete de la mañana al hotel, le pedí dinero al presidente y me fui otra vez a la cervecería a pagar lo que debía. Me bebí otra botella de whisky.
Cuentan que en su deambular por Río de Janeiro con aquellos hinchas entregados a su juego y a su personalidad, Varela se arrepintió de haberles ganado.

Espero que os haya gustado.

Gracias Isra.


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