Una imagen muy vista día a día, es ver a equipos de niños y/a adolescentes como si fueran profesionales, que con la victoria como objetivo único y principal, condiciona tanto la dirección de los partidos como el trabajo diario de los entrenamientos. El otro enfoque, el cual es el más complicado, es enseñar los diferentes fundamentos del juego sin que el objetivo prioritario sea la victoria. Con ésto, no quiere decir que no importe ganar o perder, pues sería mentirse a uno mismo, pero no a cualquier precio.
La victoria debe venir de un trabajo previo, donde el niño parta de cero, donde los objetivos de esta aprendizaje continuo y duradero, deben ser los conceptos técnicos y tácticos propios del fútbol, así como la enseñanza de la competición. Este último objetivo es bien complejo, y yo personalmente lo entiendo de manera muy definida.
El jugador de temprana edad, primeramente debe tener afán de superación, donde tenga que esforzarse para superar retos individuales. También, a pesar de los muchos detractores de este pensamiento, deben saber que todos no son iguales. A partir de sus limitaciones, uno puede progresar mucho más, que equiparando el nivel al grupo y llegando a tener objetivos inalcanzables. Otro aspecto destacable es que nunca, se debe olvidar el concepto de equipo, donde no hay miramientos individuales y aprendan que es necesario colaborar entre varios para alcanzar algo que satisfazga a todos. Y por supuesto, como un punto a destacar, el respeto, donde el equipo rival y los arbitros no son enemigos, no hay que mostrarse como maquinas de matar, sino tener claro, los objetivos marcados para ese partido.
Si logramos enseñar a competir, estaremos fomentando el trabajo para lograr victorias en los partidos, pero sin duda, también estaremos fomentando la formación de nuestros jugadores.

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